Anteriormente definimos a la psicología como la ciencia de la conducta y los procesos mentales. La palabra clave en esta definición es ciencia. Los psicólogos confían en el método científico cuando tratan de responder preguntas. Obtienen datos a partir de la observación cuidadosa y sistemática; desarrollan teorías que intentan explicar lo que han observado; hacen nuevas predicciones basadas en esas teorías y luego prueban sistemáticamente tales predicciones a través de observaciones adicionales y experimentos para determinar si son correctas. De esta forma, al igual que todos los científicos, los psicólogos usan el método científico para describir, entender, predecir y, a la larga, obtener cierto grado de control sobre lo que estudian. (El método científico no sólo es para científicos; vea Aplicación de la psicología; Pensamiento crítico: Un beneficio adicional de estudiar psicología.) Por ejemplo, considere el tema de los varones, las mujeres y la agresión. Muchas personas creen que los varones son naturalmente más agresivos que las mujeres. Otras afirman que los niños aprenden a ser agresivos porque nuestra sociedad y cultura los alienta y de hecho les exige a ser combativos e incluso violentos. ¿Cómo abordarían los psicólogos este tema? En primer lugar, tratarían de averiguar si los hombres y las mujeres en realidad difieren en la conducta agresiva. Varias investigaciones han abordado esta cuestión y la evidencia parece concluyente: los varones son más agresivos que las mujeres, sobre todo cuando hablamos de agresión física (Knight, Fabes y Higgins, 1996; Wright, 1994). Es posible que las niñas y las mujeres hagan comentarios desagradables o griten, pero es mucho más probable que los niños y los hombres peleen. Luego de establecer que existen diferencias sexuales en la agresión física y de haber descrito esas diferencias, el siguiente paso es explicarlas. Varias explicaciones son posibles. Los psicofisiólogos probablemente atribuirían esas diferencias a la genética o la química corporal; los psicólogos del desarrollo pueden considerar las formas en que se enseña a un niño a comportarse “como un varón” o “como una niña”; y los psicólogos sociales pueden explicar las diferencias en términos de normas culturales, las cuales requieren que los varones “se defiendan solos” y enseñan que la agresión física no es “femenina”. Cada una de esas explicaciones se presenta como una teoría acerca de las causas de las diferencias sexuales en la agresión; cada una intenta extraer unos cuantos principios a partir de un gran número de hechos. Y cada teoría nos permite generar nuevas hipótesis, o predicciones, acerca del fenómeno en cuestión. Si las diferencias de género en la agresión se deben a que los hombres tienen niveles más altos de testosterona que las mujeres, entonces podríamos predecir que los hombres extremadamente violentos deben tener niveles más altos de testosterona que los hombres que por lo general no son violentos. Si las diferencias sexuales en la agresión surgen de la educación temprana, entonces podríamos predecir que deben existir menos diferencias sexuales en la agresión en las familias donde los padres no enfatizan las diferencias de género. Por último, si las diferencias sexuales en la agresión reflejan normas culturales, entonces podríamos predecir que las diferencias deberían ser pequeñas en las sociedades que no prohíben que las niñas y las mujeres peleen o en las que consideran que la agresión física es anormal e inadecuada para ambos sexos. Cada una de esas predicciones o hipótesis pueden someterse a prueba a través de la investigación, y los resultados deberían indicar si una teoría es mejor que otra para explicar los hechos conocidos y predecir nuevos hechos. Si la evidencia empírica apoya una o más de las teorías, debería ser posible controlar la conducta agresiva en un grado mayor de lo que era antes. Por ejemplo, si las normas culturales forman parte de la razón de las diferencias en la agresión, entonces esas diferencias deberían ser menores en situaciones en que los individuos no sientan que están siendo evaluados en términos de su masculinidad o feminidad. Un equipo de investigación probó esta hipótesis con un juego de guerra en una computadora (Lightdale y Prentice, 1994). Cuando el investigador presentaba a los participantes de tal forma que era evidente quién era hombre o mujer, las mujeres jugaban de manera menos agresiva que los hombres; sin embargo, cuando se decía que los participantes eran anónimos tanto para los investigadores como para los otros contrincantes, las mujeres jugaban de manera tan agresiva como los hombres.
Bibliografía:
Morris, Ch. G. y Maisto, A. A. (2005). Psicología (Duodécima edición). México: Pearson Educación. (Cap. 3, 5, 6, 7, 9 y 11). Recuperado de:
Anteriormente definimos a la psicología como la ciencia de la conducta y los procesos mentales. La palabra clave en esta definición es ciencia. Los psicólogos confían en el método científico cuando tratan de responder preguntas. Obtienen datos a partir de la observación cuidadosa y sistemática; desarrollan teorías que intentan explicar lo que han observado; hacen nuevas predicciones basadas en esas teorías y luego prueban sistemáticamente tales predicciones a través de observaciones adicionales y experimentos para determinar si son correctas. De esta forma, al igual que todos los científicos, los psicólogos usan el método científico para describir, entender, predecir y, a la larga, obtener cierto grado de control sobre lo que estudian. (El método científico no sólo es para científicos; vea Aplicación de la psicología; Pensamiento crítico: Un beneficio adicional de estudiar psicología.) Por ejemplo, considere el tema de los varones, las mujeres y la agresión. Muchas personas creen que los varones son naturalmente más agresivos que las mujeres. Otras afirman que los niños aprenden a ser agresivos porque nuestra sociedad y cultura los alienta y de hecho les exige a ser combativos e incluso violentos. ¿Cómo abordarían los psicólogos este tema? En primer lugar, tratarían de averiguar si los hombres y las mujeres en realidad difieren en la conducta agresiva. Varias investigaciones han abordado esta cuestión y la evidencia parece concluyente: los varones son más agresivos que las mujeres, sobre todo cuando hablamos de agresión física (Knight, Fabes y Higgins, 1996; Wright, 1994). Es posible que las niñas y las mujeres hagan comentarios desagradables o griten, pero es mucho más probable que los niños y los hombres peleen. Luego de establecer que existen diferencias sexuales en la agresión física y de haber descrito esas diferencias, el siguiente paso es explicarlas. Varias explicaciones son posibles. Los psicofisiólogos probablemente atribuirían esas diferencias a la genética o la química corporal; los psicólogos del desarrollo pueden considerar las formas en que se enseña a un niño a comportarse “como un varón” o “como una niña”; y los psicólogos sociales pueden explicar las diferencias en términos de normas culturales, las cuales requieren que los varones “se defiendan solos” y enseñan que la agresión física no es “femenina”. Cada una de esas explicaciones se presenta como una teoría acerca de las causas de las diferencias sexuales en la agresión; cada una intenta extraer unos cuantos principios a partir de un gran número de hechos. Y cada teoría nos permite generar nuevas hipótesis, o predicciones, acerca del fenómeno en cuestión. Si las diferencias de género en la agresión se deben a que los hombres tienen niveles más altos de testosterona que las mujeres, entonces podríamos predecir que los hombres extremadamente violentos deben tener niveles más altos de testosterona que los hombres que por lo general no son violentos. Si las diferencias sexuales en la agresión surgen de la educación temprana, entonces podríamos predecir que deben existir menos diferencias sexuales en la agresión en las familias donde los padres no enfatizan las diferencias de género. Por último, si las diferencias sexuales en la agresión reflejan normas culturales, entonces podríamos predecir que las diferencias deberían ser pequeñas en las sociedades que no prohíben que las niñas y las mujeres peleen o en las que consideran que la agresión física es anormal e inadecuada para ambos sexos. Cada una de esas predicciones o hipótesis pueden someterse a prueba a través de la investigación, y los resultados deberían indicar si una teoría es mejor que otra para explicar los hechos conocidos y predecir nuevos hechos. Si la evidencia empírica apoya una o más de las teorías, debería ser posible controlar la conducta agresiva en un grado mayor de lo que era antes. Por ejemplo, si las normas culturales forman parte de la razón de las diferencias en la agresión, entonces esas diferencias deberían ser menores en situaciones en que los individuos no sientan que están siendo evaluados en términos de su masculinidad o feminidad. Un equipo de investigación probó esta hipótesis con un juego de guerra en una computadora (Lightdale y Prentice, 1994). Cuando el investigador presentaba a los participantes de tal forma que era evidente quién era hombre o mujer, las mujeres jugaban de manera menos agresiva que los hombres; sin embargo, cuando se decía que los participantes eran anónimos tanto para los investigadores como para los otros contrincantes, las mujeres jugaban de manera tan agresiva como los hombres.
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